La Academia llegaba como semifinalista de la
Copa Libertadores y en un gran momento, pero el equipo de
Marcelo Gallardo, que volvió a tomar protagonismo con su clásico puño en alto, le puso freno con un planteo inteligente, práctico y contundente. El equipo supo leer los momentos del partido, presionó alto cuando tuvo que hacerlo y se replegó con firmeza cuando fue necesario.
Salas fue figura y emblema. El delantero, con pasado en Racing, se bancó los silbidos, fue el más picante del ataque y definió con jerarquía tras una gran jugada colectiva. A su alrededor, Juanfer Quintero manejó los hilos con su talento, Acuña aportó equilibrio y Martínez Quarta se lució en defensa. En el medio, River ganó la batalla táctica con cambios acertados: Portillo retrasado para reforzar la línea defensiva y el ingreso de Nacho Fernández para controlar el juego en el tramo final.
La victoria fue también emocional. Desde Enzo Pérez lesionado saltando como un hincha más, hasta los festejos efusivos de Montiel y Martínez Quarta, este River jugó como si no hubiera mañana. Como si la temporada, llena de vaivenes, necesitara esta clase de triunfos para recuperar la memoria y el fuego sagrado.
Gallardo lo supo desde el primer minuto: este no era un simple cruce de cuartos, era la prueba de fuego que su equipo debía pasar. Y lo hizo con creces. Ahora, a un paso de la final, River encontró razones para creer que todavía puede cerrar el año con un título en sus vitrinas.