En un contexto donde los diagnósticos de autismo aumentaron un 6000% en tres décadas —según el psiquiatra argentino
Christian Plebst—, el sistema educativo argentino sigue funcionando con una lógica antigua: la homogeneidad como regla, la diferencia como conflicto, la neurodiversidad como una carga. El resultado: un sistema que expulsa más por desconocimiento que por maldad, pero expulsa al fin.
Especialistas como
Alexia Rattazzi proponen incluso abandonar la palabra “trastorno” y hablar de “Condición del Espectro Autista”, para dejar atrás el paradigma deficitario y dar paso a una mirada que comprenda al autismo como una forma distinta de estar en el mundo.
Pero para que esta visión sea real, no basta con cambiar un término: se necesitan políticas concretas. La Justicia lo entendió mejor que muchos ministerios y obligó a la provincia de Buenos Aires a implementar capacitaciones sostenidas para todos los equipos docentes. Sin formación, no hay inclusión posible.
El efecto dominó: impacto nacional y cambio cultural
La sentencia no solo repara una injusticia puntual: sienta jurisprudencia y obliga a repensar cómo las escuelas tratan la neurodiversidad. Es una advertencia a instituciones que todavía creen que la inclusión es una opción y no un derecho. Como señaló la abogada
Carla Junqueira: “La igualdad y la no discriminación prevalecen sobre los reglamentos internos”.
El mensaje es claro: ningún colegio puede seguir definiendo quién merece educarse y quién no.
Mientras CABA impulsa una ley para obligar a las escuelas privadas a transparentar vacantes, el fallo Rey marca un camino: la inclusión no puede quedar librada a la buena voluntad ni a la sensibilidad individual. Debe ser una obligación respaldada por formación, ajustes razonables, recursos y control.
Un fallo que devuelve dignidad
Más allá del alivio para la familia Rey, este es un triunfo para todas las familias de niños con TEA que han sido rechazadas, invisibilizadas o empujadas fuera del sistema.
Es un recordatorio de que cada exclusión escolar es una herida social y un fracaso institucional.
La Justicia habló donde el sistema calló. Y lo hizo a tiempo para que, al fin, la escuela empiece a entender que la neurodiversidad no resta: transforma, enriquece y humaniza.