En algunas provincias, el precio del kilo de pollo entero bajó entre un 15% y un 20%, lo que lo posiciona como una opción más accesible frente a otras carnes. Esta reducción incentivó el consumo en hogares, comedores comunitarios y locales gastronómicos, que aprovechan la coyuntura para abastecerse a menor costo.
Desde el sector comercial señalan que la tendencia podría mantenerse en el corto plazo, siempre que la producción no se retraiga y las exportaciones sigan limitadas. Sin embargo, advierten que la rentabilidad de los productores se ve afectada por el bajo precio de venta, los costos logísticos y el encarecimiento de insumos como el maíz y la energía.
La sobreoferta también genera desafíos en la cadena de frío y almacenamiento, por lo que se intensificaron las promociones y ventas rápidas para evitar pérdidas. En paralelo, se analiza la posibilidad de reactivar acuerdos de exportación con nuevos mercados para equilibrar el flujo de producción.
En este contexto, el pollo se consolida como una alternativa económica y nutritiva para las familias argentinas, en medio de una inflación persistente que golpea el poder adquisitivo. La baja de precios, aunque coyuntural, ofrece un respiro en la mesa cotidiana y reconfigura el mapa del consumo alimentario.