Fue la tercera derrota parlamentaria de un día negro para la Casa Rosada, que horas antes también había sufrido el rechazo de cinco decretos firmados por Federico Sturzenegger, ahora definitivamente derogados, sumado el blindaje al financiamiento universitario. El oficialismo no solo quedó en minoría, sino que mostró un aislamiento político alarmante: ni siquiera sus antiguos aliados votaron en su favor.
La ley de emergencia pediátrica no es simbólica, sino de profundo impacto. Ordena al gobierno nacional a inyectar recursos urgentes para medicamentos, infraestructura, personal, vacunas e insumos médicos en instituciones como el Garrahan, que lleva meses en conflicto por la falta de presupuesto. Además, dispone una recomposición salarial para médicos, residentes y personal de salud no asistencial, y los exime del impuesto a las Ganancias sobre horas extras y guardias.
Uno de los momentos más emotivos del debate lo protagonizó el senador Luis Juez (Pro), padre de una niña con parálisis cerebral que fue paciente en el Garrahan. Con la voz quebrada, se desmarcó de la línea dura del gobierno: “No nos pueden robar la última esperanza que tenemos con nuestros hijos. El Garrahan se lo merece todo”.
El apoyo transversal de casi todo el arco opositor —kirchnerismo, radicales, Pro, fuerzas provinciales y exaliados del oficialismo— dejó al Gobierno solo, sin defensa siquiera en el recinto. Ni uno solo de sus senadores tomó la palabra para argumentar en contra del proyecto, un silencio que gritó derrota.
La senadora Natalia Gadano fue tajante: “El Garrahan es un orgullo nacional. Esta emergencia no es un capricho. Es la respuesta al abandono del Estado. La vida de un niño vale más que cualquier superávit”.
Acorralado por la voluntad del Congreso, Milei ya anticipó que vetará la ley. Pero la contundente mayoría en el Senado, superior a los dos tercios, abre la puerta para que el Parlamento insista y deje sin efecto el veto presidencial.
Este revés no es sólo político. Es moral. Es una señal clara de que, por más ajuste y discursos incendiarios, hay líneas que no se cruzan: la salud de los niños no se negocia.